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¿Y qué le pasó al abuelo?

  • Foto del escritor: Dulce Moctezuma
    Dulce Moctezuma
  • 15 may 2020
  • 2 Min. de lectura

Acuarela de Chang Jae Lee

22/07/2018 - Dulce Moctezuma

Hace algunos días que el abuelo no está. Encuentro su sombrero y veo su bastón, también veo la robusta silueta que se ha quedado marcada tras los años en su sillón, pero no puedo ver al abuelo.


El abuelo se fue. Es incierto a donde, pero sé que no está más. No lo escucho regañando a los nietos ni contando cuentos de su juventud. Se siente tan solo aquí, que el sonido de los pequeños animales que dejó el abuelo es lo más cercano a escucharlo de nuevo. Cierro los ojos y lo imagino riendo, acariciando a su perro y cuidando fielmente su sombrero. ¿Y si el abuelo se convirtió en estrella? Recuerdo que siempre me contaba de las constelaciones y el misterio de la noche. Seguramente le encantaría ser una estrella, porque así tendría miles de historias que contar, vería todas esas criaturas que se convierten a la luz de la luna llena, a esas brujas que por la noche se vuelven bolas de fuego e incluso con suerte y una muy buena vista, podría ver a todos esos duendes que me escondían el control remoto por las noches. Siempre me contaba historias que me dejaban sin dormir.


¿Y si el abuelo ahora vive en el mundo de los sueños? Podría hacer lo que quisiera, correr de nuevo y caminar sin arrastrar los pies. Montar un caballo y viajar por todo el mundo, sin si quiera cargar su bastón. Podría gritar y crear edificios, tener todo el ganado que quisiera, nadar una y otra vez en aquel río de su infancia que siempre recordaba, incluso podría volar tan alto como un águila, o tan rápido como un colibrí. ¿Y si el abuelo se convirtió en ave? Cuando era pequeña y me costaba hacer amigos, él me decía que las aves siempre iban a estar para cuidarme, y que en cuanto viera a alguna cerca de mí, viéndome fijamente, podría contar con que esa ave era mi fiel amiga. Me gusta pensar que ahora aquella ave que me mira fijamente pueda ser el abuelo, y sé que a él le encantaría cantar tan bello como un ruiseñor, o sentarse a ver desde lo alto a la vida pasar, como una golondrina.


No sé quién, qué o dónde pueda estar o ser el abuelo. Solo sé que lo siento en algún lugar de mi mundo consciente o inconsciente, y cuando sea mi turno de partir, podré decirle todas las cosas que pensé y sentí después de que dejó la silueta de su sillón vacía, y él me contará qué tan alto voló siendo ave y en cuántos sueños pudo infiltrarse. Porque donde sea que se encuentre, sé que me estará esperando para platicar por horas con la misma complicidad que lo hacíamos mientras él disfrutaba plácidamente de su cena, y no será hasta ese momento cuando por fin podré confirmarles que, en efecto, el abuelo es infinito.


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