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Arde


El siguiente texto fue escrito para la edición de la revista impresa del taller de debate cultural "Princesa Eréndira", en vísperas de su aniversario número 48.

 

5/10/2019 - Dulce Moctezuma

Sollozos se escuchaban en el lago cuando te encontré. Los rayos del sol se reflejaban con el agua, haciendo lucir a aquel territorio lacustre como una cuna de oro. En el día que me topé contigo, aquel brillante amanecer en el lago se sintió como un remolino de recuerdos que venía a cuestionarme todo lo conocido. ¿Qué buscabas en mí que pudiera darte? ¿Cuál era nuestra repentina necesidad mutua?


Al principio pensé que aquella necesidad significaba un reconocimiento individual. Sin embargo, con firmeza, fortaleza y virtud, me demostraste que esto no se trataba de ninguna especie de reconocimiento, sino de trabajo. El mismo trabajo que hiciste para defender lo que creías correcto para ti y tu pueblo, ese mismo trabajo que te hizo domar a aquella salvaje bestia blanca tan desconocida e intimidante. Cuando domaste aquel corcel, me enseñaste que el miedo es uno de los principales obstáculos que nos acongojan como sociedad, pero que solo falta un ejemplo de valentía y fortaleza para emanciparte de aquello que piensas imposible.


Es curioso cómo el ser humano se encuentra en una eterna búsqueda del prójimo cuando este está frente a sus narices. Necesitamos de los demás para aprender, reflexionar, crecer, sobrevivir. Pero esta eterna ceguera nos hace tropezar en el camino, ignorando al universo que cada uno de nosotros tenemos que ofrecer. Sin embargo, tú comprendiste que para la evolución propia se necesita de tus iguales. Y cuando veías cómo masacraban a tus hermanos, corriste a perseguir tus ideales en pie de lucha, gritándole al viento todas esas ideas que te convierten en la más preciosa representación de libertad y justicia.


Ahora, frente al mismo lago en el que desapareció tu rastro hace ya unos 500 años, veo mi reflejo un poco cansado pero latente. Latente de portar tu estandarte en mis pensamientos, palabras y acciones, como una semilla lista para germinar. Y dentro de mis raíces encontrarás a mujeres que luchan, que no se callan y que sus palabras muerden. Que en cuanto abren la boca todo a su alrededor arde, porque nada es suficiente para someterlas.

Como tú y como yo, hay mujeres que luchan. Somos aquellas que no les importa salir sin maquillaje y desbaratan su cabello a propósito. Que gritan ante lo injusto y trabajan en sí mismas, porque siempre existe algo que mejorar. Por eso te dedico estas palabras escritas y simbólicamente tatuadas en el pecho, pues es a través de las palabras que podemos lograr un estruendoso atardecer en el que hasta el más valiente corra a las sombras. Porque detrás de cada una existen historias, miedos, sonrisas, corazones rotos y promesas olvidadas, detrás de nosotros se edifican batallas y logros.


Somos las imprescindibles, las que defienden ideales y toman las riendas de aquel corcel blanco vislumbrado como futuro, un futuro digno como el rastro de una lucha que arrastra al que se topa en su camino. Porque como tú, Eréndira, han existido referentes tan admirables que es imposible quedarse sin hacer nada. Todos intentaron callarte, pero callada solo hubieras estado un poco más muerta, y si sé algo de ti, es que no he visto a nadie con tantas ganas de vivir.


Hoy, ante tu regazo ideológico, desato miedos y construyo objetivos. Pongo mis pies sobre la tierra húmeda por mis lágrimas, respiro el mismo viento que mis iguales y dejo que mi cabello no tome ningún rumbo. Porque hoy me siento más mujer que nunca, y tú, Eréndira, has puesto los cimientos de una nueva vida, una vida que te estará eternamente agradecida.

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