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Entre rutinas

  • Foto del escritor: Dulce Moctezuma
    Dulce Moctezuma
  • 16 may 2020
  • 2 Min. de lectura

diablillos rutinarios
Ilustración: La Sesil

21/02/2020 - Dulce Moctezuma

¿Cómo se encuentra felicidad en la nada? Cuando todo es tibio y el abismo te hunde hasta el cuello. ¿Cómo ves a la flor naciente en medio del derrumbe?


Mucho tiempo escapé de la rutina. Me escabullía debajo del suelo para no ver salir el sol todos los días, con tal de jactarme de no ser parte de lo ordinario. Por mucho tiempo pensé que la rutina iba a ser la peor mordaza del alma, que el típico escuela-comida-siesta-cena iba a ser aquel santo que degollara la esperanza de una fugaz e irrelevante vida.


Y ahora, tras el paso del tiempo y las experiencias, descubrí que cuando uno intenta escapar, no hace más que forjar su propia celda. Con miedo, comencé a aceptar un ritmo de vida que me permitiera sentirme plena y me llenara lo suficiente como para convivir con mis miedos y consecuencias. Y cuando menos lo esperaba, ya me encontraba en la típica rutina del estudiante, repleta de desayunos a medias, horarios inconclusos, desvelos recurrentes y diversión los fines de semana. Pero ahora había algo diferente, si bien encontraba muchas debilidades en esta rutina, también comencé a ver las fortalezas que tanto tiempo me negué a ver. Aquel desayuno es ahora una explosión de sabores que cada día es diferente, muchas veces solo en la cantidad de sal que le pongo al huevo. Disfruto el contraluz que genera el amanecer en cada edificio que paso transcurso a la escuela, y ni hablar de todos los personajes que se cruzan en los pequeños recorridos entre un punto A y B: el barrendero de siempre, el guardia que siempre sonríe dando los buenos días, el desamparado que nunca tiene rumbo y aquellos presurosos que siempre van tarde. Al llegar a la casa, mi perro me recibe como siempre, brincando sobre mi pierna exigiendo atención y un par de palmaditas en la cabeza. Durante la siesta mi cabeza crea mundos sorprendentes, oníricos, pero a fin de cuentas reales.


Y en la cena, en la cena me encuentro con la intimidad de compartir un día largo, rutinario. Soy yo sentada en la mesa compartiendo un recuento de un día ajetreado, que aunque pareciera igual, todo se vuelve diferente en mis recuerdos. Ceno conmigo, esa persona que siempre se regenera en los brazos de la misma memoria.


Dentro de la rutina he aprendido a valorar al ave que vuela sobre mi cabeza y al hombre que sonríe a solas inmerso en sus pensamientos. Entre rutinas me he encontrado con recuerdos que cambian a cada parpadeo y hacen lo posible por permanecer dentro de los sentidos.


Y si bien es necesario escapar de vez en cuando ante el equilibrio, el aprendizaje y la contemplación no son exclusivos de la aventura. Uno aprende a vivir en un universo que es tan inmenso que te vuelve irrelevante, porque nuestra propia conciencia es aquello que nos permite amar los pequeños detalles que podrían ser todavía más irrelevantes que nosotros, pero que hacen de nuestra vida algo único e inigualable.

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