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Postmodernismo: la era sin ilusión.

  • Foto del escritor: Dulce Moctezuma
    Dulce Moctezuma
  • 15 may 2020
  • 3 Min. de lectura


5/05/2020 - Dulce Moctezuma

En un momento, al terminar de leer la última página del libro “Veinte mil leguas de viaje submarino” de Julio Verne, me fue inevitable el cuestionarme cómo es que dicho escritor había sido capaz de predicciones como el submarino eléctrico, la televisión, los viajes a la luna y diversas tecnologías inexistentes en el siglo XIX. Y es quizás a estas predicciones que el escritor tuvo un éxito innegable en su época, característica de una mentalidad progresista que veía con entusiasmo al futuro.


A diferencia de la visión de Verne, en nuestra época el panorama en la ciencia ficción es más bien pesimista y nos remite a un porvenir oscuro y sin sentido, de tal modo que la distopía es el recurso literario más recurrente; es decir, la literatura de la segunda mitad del siglo XX al día de hoy ha consistido en la narración de un mundo oscuro, apocalíptico o casi inhabitable. Y tras este cambio de mirada tan contrastada entre la utopía y distopía no dejo de preguntarme, ¿en qué momento se perdió la ilusión?.


La historia ha atravesado al pasar de los años diferentes paradigmas. En el renacimiento se intentó por vez primera dar prioridad a la razón antes que la religión, siendo una época de revoluciones científicas, políticas, industriales e ideológicas. Por casi 500 años desde el siglo XV hasta mediados del XX vivimos un periodo de esplendor coronado hasta el final por elevadas manifestaciones artísticas como el impresionismo, romanticismo entre otras, y en el ámbito científico, los últimos alientos de la modernidad nos trajeron descubrimientos responsables del desarrollo actual como lo fue la bombilla eléctrica, la imprenta, el teléfono, la computadora, la radio, la televisión los antibióticos, la penicilina, etc. Sin embargo, algo cambió a mediados del siglo XX que nos hizo perder toda esperanza futura. La posmodernidad en parte es esto, sentimos una desilusión por nuestro presente y futuro, el cuestionamiento de los ideales de la ilustración, el pesimismo frente los avances de la ciencia y la constante percepción de que como sociedad estamos retrocediendo. Algunos estudios dicen que todo esto comenzó en los años 60´s con la guerra fría, pues la sociedad se percataba de que los avances científicos eran con el fin de ver quién desarrollaba el arma más grande y destructiva. Otros dicen que se trató de una forma de tomar consciencia de que el proceso científico por sí solo no tiene sentido, otros mencionan que tanto la filosofía como el existencialismo nos introdujo a una forma de pensar en donde en el fondo, nada tiene sentido y la ciencia, la cual se encontraba buscando su punto más alto jamás podría encontrarlo. Esto es en síntesis el posmodernismo, una especie de amargo despertar.


En el arte las cosas tampoco tienen mucho sentido, tenemos un arte en el que se busca crear a toda costa de un canon preexistente. Todo es arte, dicen y repiten, pero pareciera que cada vez más nada es arte. Nos dicen que el arte es un urinario, una lata de sopa industrializada, una aspiradora o mierda de artista, literalmente. Es un arte extraño que sustituye la obra por el concepto, un concepto etéreo que solo parece existir en la mente del creador que no le importa nada, ni si quiera el receptor.


No sabemos qué hacemos aquí ni a dónde vamos, en la antigüedad teníamos algo en qué creer, en la edad media creíamos en la religión, posteriormente, en el modernismo la mayor creencia recaía en la ciencia. Pero ahora ¿en qué creemos? ¿en la industria? ¿en las marcas?. Y tras estos cuestionamientos nos podemos dar cuenta que el posmodernismo no es más que el reflejo de una sociedad que circula en el hartazgo, la primera era en la que no nos sentimos orgullosos de nosotros mismos, una era en la que decimos que todo lo pasado fue mejor y el futuro no tiene tintes de evolucionar, sino de retroceder.


Sin duda existirá quien verá el lado positivo al tema, pues bien es cierto que es la primera vez que tomamos consciencia del daño que le hacemos al mundo y a nosotros mismos. No obstante, cabe recordar que nosotros mismos somos también los responsables de encaminar esa consciencia y ciertamente, aún somos muchos los que nos mantenemos como sonámbulos ante el día a día, corroborando el pesimista posmodernismo y evitando hacer algo que realmente valga la pena.

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