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Cuando la intolerancia se convierte en mortalidad: el caso Ruandés


28/11/2019 - Dulce Moctezuma

El ser humano a lo largo de su historia ha demostrado ser fácilmente corrompible. A través de discursos intolerantes, racistas y xenófobos, la creación de ideologías que atenten el desarrollo humano y su pluralidad cultural no es algo nuevo. Sin embargo, existen hechos históricos cuya naturaleza ha sido turbia y deshumanizadora, hasta el punto en el que se hable de un genocidio.


Bajo esta premisa, es preciso recordar las atrocidades cometidas por la humanidad. Desde un holocausto alemán hasta una masacre colonial, la pertinencia del recuerdo es el principal motor para evitar que estos hechos vuelvan a repetirse. Ejemplo de ello es Ruanda, un pequeño país ubicado en África central, y quien hace solo 25 años fue testigo de una masacre que segó la vida de más de 800 000 personas. Pero, ¿cuáles fueron las razones de esta masacre?

Historia de Ruanda: los hutus y los tutsis


Para 1994, Ruanda se dividía en tres grupos étnicos: hutus (el grupo que suponía la mayo

parte de la población), tutsis y twa. Estos grupos étnicos atravesaron un proceso de organización jerárquica, el cual generó tensiones de tipo racial, especialmente entre hutus y tutsis. Cabe recalcar la colonización por parte de Bélgica, pues fue precisamente esta la que instauró un sistema plenamente divisorio y racial, otorgándole a los tutsis privilegios dentro de la estructura jerárquica del poder, y causando desconformidad con los hutus. Sin embargo, tras la descolonización de los años 50, las tensiones aumentaron y comenzaron los conflictos étnicos entre hutus y tutsis.


En 1959, cientos de tutsis fueron asesinados. Cuando Ruanda consiguió la independencia, miles de tutsis pidieron refugio en los países vecinos. Desde allí, los tutsis comenzaron a organizarse y prepararon un ataque contra los hutus y el gobierno, asesinando a numerosos civiles y creando nuevas oleadas de refugiados. Al final de los años 80, casi medio millón de ruandeses estaban refugiados en Burundi y Uganda.


Una vez en Uganda, se funda en 1988 el Frente Patriótico Ruandés (FPR), conformado principalmente por exiliados tutsis, el cual buscaba generar una resistencia al gobierno hutu que los había desplazado del poder.

El genocidio de Ruanda en 1994

Una vez anunciada la muerte del presidente ruandés Juvénal Habyarimana, las intensas masacres procedieron durante semanas. Se estima que 1 millón de personas fueron asesinadas en lo que se conoce como el genocidio de Ruanda, y alrededor de 200.000 mujeres fueron violadas.


La ausencia de una reconciliación entre los distintos partidos de Ruanda y la falta de respuesta de la comunidad internacional hicieron que la tragedia se volviera aún más compleja. La capacidad de la ONU de reducir el sufrimiento humano en Ruanda se vio severamente constreñida por la negativa de los Estados Miembros a responder con tropas adicionales.


El intervencionismo de Estados externos fue de suma importancia. Francia y Estados Unidos no detuvieron la masacre, sin embargo, sí la financiaron con armamento. Esta intervención se explica con los recursos naturales pertenecientes a la zona, especialmente de yacimientos de cobre, niobio, cobalto, plata, diamantes y oro. La estrategia fue la pasividad ante el conflicto, pero con un apoyo armamentista a ambas partes.

Los medios de comunicación y el conflicto ruandés.

Otro factor que influyó dentro de la perpetuación del genocidio fueron sin duda los medios de comunicación, en específico la Radio Télévision Libre des Mille Collines (RTLM), una emisora que divulgaba odio y preparaba a los oyentes para la violencia que se avecinaba. La emisora sirvió de plataforma para las ideas que ya circulaban en Kangura, una revista extremista fundada en 1990. En sus primeras transmisiones, utilizó el equipo de radiodifusión de Radio Ruanda. La nueva emisora desarrolló programas animados, informales y accesibles, destinados a los ciudadanos de a pie. Al contrario que Radio Ruanda, ponían música popular del país vecino, Zaire (ahora República Democrática del Congo), lo que resultaba especialmente atractivo para los oyentes jóvenes.


Con un público joven, la propaganda anti-tutsi no tardó en salir a la luz. Pero esto empeoró durante las semanas de la masacre, justificando indirectamente en la población hutu los crímenes de odio perpetuados.


Los primeros estudios sobre el genocidio veían a la RTLM como una influencia letal. En 2001, investigadores, corresponsales de guerra y la diplomática Samantha Power contaron que “los asesinos solían llevar un machete en una mano y un transistor en la otra”. Otro punto principal del debate es el rechazo a usar tecnología de interferencia de ondas de radio para frenar las emisiones de la RTLM por parte de actores internacionales como los Estados Unidos o el Consejo de Seguridad de la ONU. Este hecho refleja de nuevo el fracaso generalizado de la comunidad internacional a la hora de intervenir y frenar el genocidio.


Sin embargo, cabe recalcar que el cuestionamiento de una influencia directa de los medios de comunicación en los crímenes es de cuestionarse. Pues si bien existe la teoría en la que los medios tienen una influencia directa en las masas, esta ha sido constantemente desacreditada. No se puede negar que el conflicto fue amplificado con ayuda de los medios, pero esta actitud intolerante no solo fue propiciada por estos. Es decir, se tiene que ver a la RTLM como una extensión de años de propaganda estatal, divulgada en colegios, iglesias y otras instituciones del gobierno. Es así pues, que el efecto de los medios de comunicación en el genocidio ruandés fue un factor secundario para que este se perpetuara.


Por esto en 2003, a los directores de los medios de comunicación ruandeses que fomentaban la propaganda anti-tutsi se les declaró culpables de genocidio, incitación al genocidio y persecución mediante el uso de emisiones de radio y la publicación de artículos en prensa, considerando así que habían perpetrado crímenes contra la humanidad. La condena por cometer genocidio fue revocada durante el proceso de apelación, pero gran parte de la condena original se mantuvo. Esto marcó precedentes para un manejo más consciente de los medios no solo en Ruanda, sino en el mundo, además de tener un impacto significativo en los futuros casos de incitación al odio.


A pesar de que hayan pasado ya 25 años del genocidio de Ruanda, este sigue teniendo un fuerte impacto en la consciencia colectiva. Es preciso un análisis de hechos para seguir aprendiendo más sobre la prevención de los genocidios, las intervenciones internacionales, el manejo y regulación de discursos intolerantes y sobre todo, la responsabilidad de los medios de comunicación en un entorno caótico.

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