Ni ideal ni rosa
- Dulce Moctezuma
- 15 may 2020
- 3 Min. de lectura

El siguiente texto fue leído en voz alta, como parte de un discurso dirigido a mi madre, el día sábado 13 de mayo de 2017. Ahora, me animo a compartirlo con el mundo después de dos años. Lo titulé de esta forma porque durante el “scrolling” en mi facebook, vi una publicación hecha por una profesora a la que admiro, en donde recalcaba que la maternidad no es “ni ideal ni rosa”.
Fragmento mis recuerdos en cada uno de los festivales ridículos de cualquier 10 de mayo, buscando algo que se asemeje al menos un poco a todo lo que has dado por mí. Busco y busco hasta que encuentro que lo más cercano que pude estar de plasmar este sentir fue en un absurdo dibujo al cual seguramente nunca le encontraste forma. No es que no me empeñara en recitar la aburrida y monótona poesía llena de clichés y estereotipos, o que no encontrara una combinación lo suficientemente buena para decorar los feos botes, floreros, collares y demás cosas que te obligan a hacer en la escuela para demostrarle a “la más hermosa y delicada rosa que existe en el hogar” un poco de amor artificial hecho con un material aún más artificial (el cual por cierto, tú pagaste) comprado un día antes en pleno oferton en alguna tienda del centro de la ciudad. Si bien, desde aquel tiempo aquellas actividades se me hacían un tanto absurdas, ponía mi más grande esfuerzo para que te gustara cada detalle que te regalaría, cada palabra que exhalaría con grande enjundia ante toda la escuela en aquella poesía, y poniendo con el más amoroso detalle la estrellita de fideo pintada que clausuraría mi majestuosa y horripilante manualidad con un mensaje tan profundo y poético como “feliz día, mami”.
Y no es hasta que fue pasando el tiempo y fui comprendiendo que aquellos detalles no se comparan ni dejan saldado todo aquel esfuerzo que implica ser mi madre. Porque no fue hasta que te vi llorar que comprendí que todos aquellos estereotipos e idealizaciones que me habían enseñado en la primaria y preescolar no eran más que palabras desatinadas, imparciales y triviales. Al momento de ver tu mirada acuosa entendí que el ser madre abarcaba tantos matices que son inimaginables, que aquel ser que había idealizado de la mamá, aquel que parecía que lo hacía tan bien, con tanta seguridad que daba la sensación que habías nacido solo para ello, poco a poco se desmoronaba y veía, mejor dicho, apreciaba a la persona detrás de esa etiqueta de tal magnitud como lo es ser una madre. Con tus errores, debilidades y defectos me demostraste que la maternidad no es ideal ni rosa, que todo aquel “instinto maternal” no era por generación espontánea, ni mucho menos era un talento nato, sino que era más que eso, es una gran combinación de adjetivo, verbo y predicado donde la única forma de ganarse aquella hermosa palabra era por medio del amor y lágrimas, dedicación y frustración.
Hoy, hasta este día, no te veo como “la más hermosa y delicada rosa que existe en el hogar” que alguna vez me dijeron que eras; hoy te vislumbro como la humanidad iluminada, aquella persona que ha trabajado la empatía, tolerancia, coherencia, paciencia y muchas más virtudes hasta el punto en el que te considero mi más fuerte cimiento en cuanto a crecimiento personal se refiere. Me has visto caer, equivocarme y levantarme, al igual que me ayudas en cada momento que lo requiero sin siquiera solicitarlo. Pareciera que tu ojo ve más allá de lo humano y te da las imágenes y mensajes perfectos y concretos para resolver cualquier problema que te acongoje a ti o a cualquiera de tu familia. Hoy, por tu inteligencia y esfuerzo te ofrezco estas palabras que nunca se compararán en magnitud a todas las que tú me has ofrecido, y mucho menos se compararán a tu labor de madre. Con todo orgullo te presento como madre y persona ante todos los presentes, y por qué no, cerrar todas estas palabrerías que he dicho hoy con un “feliz día, mami”.
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