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Marchando y saludando


2/06/2018 - Dulce Moctezuma

No se esperaba que algún día fuera a suceder, aquella encrucijada parecía tan lejana que nunca pensó en una solución para ello. Los días generalmente pasaban así en la escuela, él se limitaba a pensar en los labios carnosos de Adela pronunciando su nombre y en otras veces, no podía despejar su mente de aquel examen de matemáticas. En cuanto vio aquella escena tan enervante no sintió más que repugnancia y rechazo. A lo lejos veía de espaldas a dos enamorados sentados en una banca. A pesar de que a ambos no podía verles más que el dorso, pudo reconocer el sedoso, largo y lacio cabello de Adelita. El joven solo estaba ahí, de pie, observando la escena, anonadado ante las caricias a las que se veía sometida su primer amor por esas asquerosas y robustas manos de ese hombre sin rostro. Sin pensarlo, preparó frenéticamente sus puños y logró pasar del amor al odio en un solo instante, deseándole lo peor a aquella sin vergüenza que pasaba sus tardes recitándole al oído palabras de amor pero por la noche revolcándose con aquel infeliz de manos robustas.


Al momento en el que se aproximaba hacia la pareja de enamorados lleno de puro odio, algo dentro de él le hizo detenerse. Era una especie de electricidad tan grande que recorría cada vena de su cuerpo, misma electricidad que encontraba un plácido cúmulo en un solo lugar: justo en medio de su tráquea. Quería gritar y despotricar cuanto tenía que decir, brincar, golpear con el único fin de quitar ese nudo que le quitaba el aire y el habla. No obstante, en el fondo sabía que hacer cualquiera de esas cosas iba a ser completamente en vano.


Cerró sus ojos y tomó un largo suspiro. En aquel suspiro inhalo aquella pesadez directo desde su garganta, y con su cerebro en completa oscuridad, la templanza parecía asomarse como un pequeño niño inocente en espera de atención. Limpió sus pensamientos con ayuda del más puro afecto. Aquel sentir tan profundo de odio chocó con otro que le impulsaba a desear el bien sin importar circunstancia alguna. Sí, se sentía decepcionado, pero no solo de Adela, sino de él mismo, pues olvidó por un momento discernir entre el buen y mal actuar. Sin pensarlo dos veces, estuvo a unos cuantos pasos de cometer un error que probablemente no se perdonaría en mucho tiempo, pues la maldad y el odio habían invadido su pensamiento hasta el punto en el que su visión se limitó a darle un puñetazo en la cara al acompañante de Adela y gritar y lastimar con solo palabras a esa mujer que decía amarle. Tras ese suspiro se dio cuenta que no solo se había deshecho de esos pensamientos impulsivos, sino que aquel nudo en la garganta había desencadenado una serie de pensamientos que lo redimían de su primer y tóxico pensamiento invadido de odio, ignorancia y maldad. Exhaló pesadamente, como si soltara todo aquello que lo impulsaba a actuar y pensar de forma imprudente. Se dio cuenta que su fortaleza era suficiente para dialogar cara a cara con Adela y preguntar por una explicación. Calmado, su pie derecho comenzó un camino firme y seguro hacia la pareja que parecía completamente indiferente a la presencia del chico. En el momento en el que voltearon, el joven se percató que aquella mujer no tenía ese lunar cerca de la boca que tanto lo volvía loco, y mucho menos era poseedora de aquellos ojos color miel que lo enloquecían a cada instante. Esa mujer, sencillamente no era Adela.

 

La marcha: La juventud, por medio del bien, camina hacia la fraternidad. El hermano avanza a ésta neutralizando el odio, la ignorancia y la maldad de esta forma:

• El odio con el amor.

• La ignorancia con el estudio.

• La maldad con la moral.

El Saludo: Recuerda la lucha por despertar el amor en el corazón para exaltar la inteligencia (radicada en la cabeza) mediante el estudio constante y luego proyectar el resultado hacia los demás. A la vez evidencia que primero sentimos lo que nos rodea y experimentamos emociones (con el corazón), las reflexionamos y analizamos (con la cabeza) para posteriormente actuar y proyectarnos. No debemos caer en la tentación de obrar erróneamente a la inversa, es decir, primero actuar, luego pensar, y quizá darnos cuenta de que nos equivocamos y finalmente sentir arrepentimiento.

El saludo nos lleva a descubrir tres facultades del humano, sentir, pensar y actuar. Pero para que estas nos conduzcan a la superación, deben tener muy señaladas características:

Sentir con templanza: Controlar las emociones para que estas no nos arrastren.

Pensar con prudencia: No dejar que los pensamientos y la imaginación nos saquen de la realidad, sino que sean coadyuvantes de propósitos bien definidos.

Actuar con fortaleza: Llevar a cabo todo aquello que nuestras emociones y nuestra razón nos indican como justo.

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