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La visibilidad de las mujeres en la literatura mexicana


El siguiente artículo se escribió para la clase de Literatura Mexicana y se publicó en la versión impresa de las revistas Archipiélago en Canteras (editada por la UMSNH) y Minerva.

 

22/07/2017 - Dulce Moctezuma

La miopía histórica que se ha gestado en torno al reconocimiento de las mujeres en diversas disciplinas no solo ha sido un objeto de observación en el último siglo, sino también un factor muy importante en la evolución histórica y artística. La clara ausencia o escasa presencia de escritoras dentro del canon nos deja vislumbrar desde otro ángulo al sistema patriarcal imperante donde la mujer no ha tenido cabida dentro de la literatura, no porque esta no pudiera o tuviera la capacidad para escribir algo digno de pertenecer al canon, sino porque las condiciones a las que se ve sometida por el mismo sistema obstaculiza su desempeño y oportunidad de reconocimiento sobre el hombre. De igual forma cabe recalcar que los criterios del canon son variables, pues responde directamente a que cada época establece sus propios valores de acuerdo con las preferencias y gustos literarios del momento. Estos mismos valores y criterios responden indirectamente a favor de las clases hegemónicas para de esta forma, mantener el equilibrio organizacional de la estructura social según el paradigma que corresponda. Dado al escaso reconocimiento del canon para las mujeres, es necesario reevaluar y revisar de forma cuestionable y analítica los criterios estéticos y viejos paradigmas con el fin de darles voz a aquellas mujeres que han sido constantemente silenciadas.


Es preciso puntualizar que los paradigmas históricos en la literatura mexicana no han sido muy diferentes en comparación a los del canon. Las voces femeninas se han visto silenciadas ante un contexto en el que no tenían la oportunidad académica para sobresalir en aspectos o actividades más importantes que la religión, el hogar y el tejido. El constante estigma social asociado a la mujer en el que se le estereotipa y educa para cuidar del otro y emitir una imagen de fragilidad y ternura para después madurar y convertirse en la principal fuente de amor, pasión e irracionalidad, la cual se encontrará siempre ante una sumisión frente al hombre que desee cortejarla. Las limitaciones educativas de las mujeres eran claras en comparación a las del hombre. No se les enseñaba a escribir pues consideraban peligroso el que pudieran intercambiar textos con sus pretendientes, y estas, al considerarse irracionales, perder el semblante de pureza inculcado desde su nacimiento. Posteriormente y tras un cambio de paradigma, la mujer podría comenzar a aprender a leer (únicamente con la condición de que sus lecturas fueran reguladas), pues se comenzó a percibir a la lectura como una herramienta más para la aceptación del sistema. Al voltear hacia los conventos, donde eran las principales fuentes educativas a las que podía acceder el sector femenino en la Nueva España, la visión de la escritora no era tan cercana. No obstante, al tener acceso a una mayor cantidad de libros (a pesar de que estos de igual forma eran regulados y cuantificados según a la clase social) se tenía una mayor facilidad para crearse un modelo de escritura más perfilado y esculpido que aquellas que dedicaban su vida al hogar. Ejemplo claro de ello es la canónica Sor Juana Inés de la Cruz, quien encontró la forma de destacar dentro de sus textos la represiva idea y concepto en el que se tenía a la mujer, usando a la ironía estratégicamente como principal recurso para ocultar la crítica al contexto en el que se encontraba, cumpliendo de esta forma ante los ojos de aquellos que pensaban a la mujer como sujeto pasional e irracional con su deber de poetisa, pero enviando un mensaje entre líneas a quien posteriormente leyera su vigente obra.


Tras el movimiento de independencia, la necesaria creación de una identidad nacional conllevó a que la mujer se determinara como la primera y principal fuente de educación en la sociedad mexicana. Se la abrieron las puertas a la lectura y escritura, esto en pro de que ejerciera su trabajo como educadora. Paulatinamente se le encaminó para que fuera la principal receptora de textos que estuvieran acorde al perfil de la mujer, es decir, sentimentales y románticos; se convirtió así en la consumidora de novelas, cuentos y poemas románticos, mas no se atrevió a ingresar en el terreno de la creación literaria. Se le alejó de temas políticos y para el siglo XIX comienzan a ser publicados poemas escritos por mujeres (estas con un previo reconocimiento otorgado por algún hombre), los cuales si bien no eran lo mejor en cuánto a técnica literaria, resaltaban una carente tradición literaria y nos dejaban en vista el papel y sentir de las mujeres que se encontraban bajo la sombra del hombre.


Tras el modernismo el papel de la mujer comenzó a reforzarse cada vez más. Comenzaron a centrarse en más actividades que las del hogar e ingresaron a más sectores productivos, sin embargo, la sociedad continuaba juzgando a aquella mujer que trabajaba o producía para subsistir.


Con la revolución y en medio de un panorama caótico para la estructura gubernamental de México, este siguió con la búsqueda de una identidad nacional para poder legitimar el nuevo Estado por medio del impulso a la novela de la revolución mexicana. Una de las principales escritoras de la revolución fue Nellie Campobello, quien expone mediante pequeñas narraciones la cruenta y cruda vivencia de la revolución, aportando una peculiar forma de narración y otorgándole al país una nueva visión de un hecho que resultaría posteriormente decepcionante.



Después de este periodo de inestabilidad, la visualización de las mujeres escritoras comenzó a adquirir mayor importancia para la sociedad mexicana. Con apariciones críticas de escritoras como Guadalupe Amor, Elena Garro, Rosario Castellanos y Amparo Dávila se gestó el Realismo Mágico, corriente literaria cuya importancia no solo transitó en México sino en toda Latinoamérica. Personajes como Pita Amor no fueron reconocidas únicamente por su excelente trabajo literario, sino también por el rompimiento de esquemas que le abrió las puertas a las generaciones venideras. Siendo tachada como loca, la censura y el rechazo de la sociedad conservadora no hizo más que convertirla en cada vez más contestataria. Su obra, plagada de vanidad y egocentrismo, recalcó la imagen de una mujer que no necesitaba del hombre para reconocerse y mucho menos demostró sumisión alguna. Dio las bases técnicas para que la evolución de la tradición literaria femenina madurara y por medio de la irreverencia demostró a la audiencia que la mujer no es la sensibilidad encarnada y mucho menos la encadenada sombra del hombre.


Hacia la segunda mitad del siglo XX nos encontramos con escritoras de corte periodístico como Elena Poniatowska o Cristina Rivera Garza, quienes con una tradición literaria perfeccionada y una conciencia crítica brindan a la literatura mexicana personajes femeninos no convencionales, así como escrituras rebeldes que convergen en la idea de contradecir y derrumbar esquemas de la literatura, tocando temas de movimientos sociales más universales y menos nacionales, denotando un interés por conllevar la condición de las mujeres mexicanas a la visibilidad de la audiencia. Cuestiones antes considerados tabú para la mujer son tratados con tal naturalidad que convierte al texto en algo propositivo, agregando una mayor calidad literaria que desmonta paulatinamente el prejuicio clásico de la mujer escribiendo textos románticos.


El rescate y visibilidad de estas y más autoras no solo nos confiere un panorama mucho más completo de la literatura mexicana canónica, sino que también nos ayuda a comprender el proceso de la tradición literaria femenina en México. La proliferación de las escritoras contemporáneas no hubiera sido posible de no ser por un proceso sociocultural que es necesario estudiar o al menos convierte en algo necesario el hacer visible la labor de aquellas precursoras que gracias a su transgresión lograron formar una nueva tradición literaria que se encontraba rezagada e irónicamente, representa a más de la mitad de la población.

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